La Comisión de Justicia del Congreso ha aprobado un proyecto que da un poco de risa y otro poco de pena. Risa, porque es un intento ridículo que parece inspirado en hábitos del Perú del siglo XIX. Pena, porque la desdichada propuesta ha obtenido el voto de congresistas de UPP, de Unidad Nacional, del Partido Nacionalista, del APRA y de Acción Popular. Una vasta y basta conjunción.
La intención expresa es penar con hasta seis años de cárcel a los directores, editores, gerentes o responsables de la difusión o publicación de imágenes, material audiovisual o textos de contenido obsceno o pornográfico.
Más de una vez he citado el estudio sobre legislación de prensa en el Perú, que Víctor Andrés Belaunde publicó allá por 1947 en Mercurio Peruano. Era el momento en que el APRA, que dominaba las dos ramas del Congreso, había aprobado una ley de imprenta represiva.
En aquel escrito se recordaba que en el siglo XIX se castigaba no sólo al autor de un artículo, sino también al director del medio. Hasta el dueño de la imprenta resultaba condenable.
Claro que entre los refinados métodos de la época se incluían incisos no escritos: la pateadura o el balazo para el periodista incómodo.
El proyecto liberticida tiene como autor a Ricardo Belmont, quien como director de televisión no convence a nadie; pero, sin embargo, ha sido capaz de persuadir a los juristas de la Comisión de Justicia.
Belmont desconoce sin duda el fondo de los conceptos de obscenidad y pornografía; e ignora la historia de los actos represivos que se han cometido en el mundo bajo pretexto de combatirlas.
Obscenidad es lo que presenta o sugiere maliciosa y groseramente cosas relacionadas con el sexo. Pornografía es la representación o descripción explícita de actos obscenos.
Abraham Valdelomar marcaba la diferencia entre un desnudo griego y un zambo calato. Mucho, casi todo, depende de la intención con que algo se presenta.
Hace 77 años, el 6 de diciembre de 1933, el juez John M. Woolsey anuló la prohibición que pesaba en Estados Unidos sobre la novela Ulises de James Joyce. La creación de Joyce, que muchos consideran la narración mayor del siglo XX, no podía ser impresa ni importada en ese país, por ser considerada obscena.
El juez precisa en su sentencia que durante semanas leyó la difícil obra, y estudios y anatemas sobre ella. “Para que un libro sea considerado obsceno”, sentenció, “hay que determinar primero si la intención con que fue escrito es, de acuerdo a la frase usual, pornográfica… Pero en Ulises, a despecho de su insólita franqueza, no detecto nada de la lascivia del sensualista. Sostengo, por tanto, que no es pornográfico”.
En el Perú, ¿qué justo juez va a evaluar lo que es pornográfico o no? Quizá podría comenzar por lo más fácil: ver los programas de Belmont.
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